lunes, 17 de octubre de 2016

Luxación Acromioclavicular: Mi experiencia como paciente de Traumatología






Después de meses sin escribir, pienso que este texto cumplirá tres objetivos principales; uno, me ayudará a descargar en buena medida los pensamientos retenidos en mi cabeza durante estos meses que, debido a mi hermetismo (quizá enmascarando una alexitimia subclínica) no he expresado a nadie (ni siquiera a mi pareja); dos, darle continuidad a mi recientemente descubierta (y por lo tanto infantil) pasión por expresar mediante la escritura sentimientos, pensamientos y reflexiones. El tercer objetivo, y el menos egoísta de todos es que quizá pueda ayudar (o al menos entretener) a alguna persona que se encuentre en una situación similar a mi desesperado estado de incertidumbre de los meses pasados.

Para empezar… Sí, debería intentar describir a este no tan humilde servidor... Acostumbrado a recibir atención de las personas, y en algunos casos a rechazarla, mi frágil ego crecía con cada reafirmación por parte de conocidos y extraños acerca de mi aspecto físico e inteligencia desacertadamente considerada por encima del promedio; me veía a mi mismo “fantástico”, capaz de hacer cualquier cosa que me propusiera, y casi sin esfuerzo alguno.

Un día después, me veía al espejo con el extremo distal de mi clavícula protruyendo como la aleta dorsal de un pez por encima de la línea formada por mi músculo trapecio y una apófisis ósea llamada Acromion. Intentaba recordar cómo lucía mi hombro tan sólo algunas horas antes,  así como algún dato importante de mis clases de ortopedia en la facultad, pero no lograba obtener más que dudas y miedos.  En un divertido pero corto juego de rugby con amigos, había conseguido una luxación acromioclavicular grado III- V, que yo aún en mi etapa de negación no comprendía muy bien de qué forma alteraría mi estilo de vida los próximos meses.  

Una luxación acromioclavicular es básicamente una de las lesiones más frecuentes en los deportes de contacto, donde la clavícula se sale de su lugar habitual ( la articulación), y dependiendo de la gravedad del impacto, rompiendo o no los ligamentos y estructuras de soporte que la mantenían previamente allí. En los grados leves de luxación (I y II) se realiza un manejo médico conservador que generalmente no requiere cirugía, y tienen resultados excelentes debido a que las estructuras de soporte no se encuentran irreversiblemente desgarradas. Los traumas graves producen luxaciones de grado IV y V que se abordan rápidamente con procedimientos quirúrgicos y en la mayoría de los casos se obtienen resultados satisfactorios. Y luego estaba mi caso; uno de los tantísimos limbos de la medicina en el que aún no se conoce cuál debe ser el manejo ideal teniendo en cuenta el riesgo beneficio.

En los meses de recuperación aprendí a usar mi brazo izquierdo para comer y escribir frases cortas (como escritas por un niño de 5 años), mientras me debatía entre intentar convencer a mi cirujano de realizar una operación probablemente innecesaria, o al menos con los riesgos mucho más claros que los beneficios potenciales, o simplemente aceptar mi nuevo yo exterior y continuar con mi vida de esta forma.
Me sorprendí más de una vez rechazando invitaciones de amigos, evitando ver mis fotografías pasadas y hasta el contacto visual con las personas. Mi corazón se aceleraba al acercarme al espejo cada día. ¿Cómo podía ser tan superficial?, me preguntaba; había subido cerca de diez kilos, no quería salir de casa, y el cine y algún libro se habían convertido en mis compañeros más añorados, pero aún podía caminar, hacer casi todo lo que hacía antes del accidente, y mi mente sólo estaba temporalmente afectada ¿Por qué estaba tan triste? ¿acaso basaba mi futuro y  mi felicidad en conceptos tan tenues como el aspecto físico? Al final ni siquiera mi apariencia estaba tan dañada, sólo tenía una aleta de pez en mi hombro derecho, y estaba algo gordo, nada del otro mundo, me respondía inmediatamente. ¿Por qué las cosas verdaderamente importantes como estudiar, amar o planear ocupaban repentinamente un lugar secundario dentro de mis metas? Me tomó varios meses encontrar algunas respuestas.

Después de la superación del miedo irracional a no volver a sentirme seguro de mi mismo nunca más, decidí pasar por el quirófano a que me realizaran una cirugía no muy prometedora en el ámbito de los resultados estéticos. El dolor y las siguientes noches sin dormir palidecían ante mi incertidumbre y miedo al fracaso quirúrgico, y yo sólo podía seguir con la espera y los atracones de comidas hipercalóricas.  Semanas después de iniciar la rehabilitación, decidí que era hora de volver al gimnasio a tratar de hipertrofiar mi casi ya inexistente deltoides derecho, y por qué no, a estrenar mi renovada confianza en recuperar mi apariencia previa al accidente.

Alternando el emocional ímpetu de rehabilitarme con la disciplina en el gimnasio, he logrado dejar atrás los fantasmas que me aterrorizaban con despertar un día deforme (como en medio de  la célebre película de Amenabar), y he renovado mi esperanza de estar mucho mejor que antes,  no sólo en la fachada sino en aspectos mucho más duraderos de mi ser. Soy una persona que disfruta más de la vida cuando se siente bien con su apariencia, por lo tanto seguiré cuidando de ella (ojalá con más éxito en adelante), pero no dejaré que “la imagen” vuelva a usurpar el derecho prioritario de los demás aspectos de la existencia.

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